La niña que escuchaba distinto
Hay niñas que aprenden a hablar.
Y hay niñas que aprenden a escuchar.
Yo escuchaba.
Escuchaba las palabras de los otros niños, pero también lo que no decían.
Escuchaba el aire en el aula. El silencio entre los renglones.
Escuchaba cuando una consigna me arrancaba las alas.
Cuando una mirada me invalidaba.
Mientras otros repetían, yo asociaba.
Mientras hacían cuentas, yo ya tenía el resultado.
Mientras subrayaban, yo estaba lejos, pisando otros mundos.
¨Si terminaste no molestes, ayuda a tus compañeros¨.
Ah,no, este es el resultado… pero el procedimiento donde está? Hacé todo de nuevo!
Y en ese pequeño abismo entre lo que se espera y lo que se es,
—sin que nadie lo supiera—
empezó a germinar una pregunta.
Y después otra.
Y otra más.
De las carpetas incompletas a las bibliotecas infinitas
Nunca aprendí bien las tablas.
Ni el Credo que me pedían en catequesis.
Ni las fórmulas abstractas.
Yo necesitaba entender para qué servía. Qué intensa, decían entre adultos.
Pero me aprendí de memoria la voz de mi mamá cuando me leía antes de dormir,
y las manos de la portera que me servía mate cocido mientras el aula me expulsaba.
Me aprendí la calidez de una conversación sin pruebas ni boletines. La pasión de la profe de geografía, que tanto sabía y tan bien nos explicaba!
Me aprendí los pasillos de la biblioteca como quien recorre su casa de la infancia.
Ahí descubrí que el saber no siempre vive donde te dicen.
Que a veces está en una novela, en un libro subrayado,
en una charla sin apuros,
en una mirada que no juzga.
La muchacha que se resistía a encajar
Fui creciendo.
Y con el tiempo aprendí a ponerle nombre a eso que sentía desde siempre:
el niño no está roto.
El sistema sí.
Trabajé mucho. Muchísimo.
Pasé por aulas.
Por barrios.
Por hogares infantiles.
Por cocinas de escuelas.
Por oficinas donde el papel pesa más que la palabra.
Y en cada uno de esos lugares vi una infancia esperando.
Esperando que alguien la mire sin corregirla.
Esperando que alguien la escuche sin formatearla.
La mujer que eligió no olvidarse
No fui veterinaria.
Ni matemática.
Ni cantante.
Fui —y soy— una buscadora del niño real.
Ese que no entra en las planillas,
ni en los cronogramas,
ni en las etiquetas apuradas.
El niño que quiere saber, pero no como le enseñan.
El niño que necesita una presencia adulta,
pero no una autoridad vacía.
El niño que quiere crecer,
Y conocerse a sí mismo.
Y ahora
Ahora camino al lado de ellos.
Y cada día me vuelvo a mirar en la niña que fui.
La que hacía cuentas mentales.
La que hablaba sola.
La que leía de pie en la cocina, mientras los otros copiaban del pizarrón.
No me interesa enseñar fórmulas.
Me interesa encender preguntas.
Sostener procesos.
Acompañar con amor y claridad.
Porque cuanto más camino, menos certezas tengo.
Pero si algo sé, es esto:
La infancia no necesita que la validen.
Necesita que la acompañen.
Con respeto, sí.
Pero también con coraje.
Y a eso me dedico.
A acompañarte a acompañar.
Desde hace años.
Desde siempre.