PERIODOS SENSIBLES DEL DESARROLLO

El lenguaje no se enseña, se revela

 

Reflexiones sobre los períodos sensibles según María Montessori

por Carolina Marani

 

Hay momentos en la infancia que brillan. Son ventanas invisibles, tan silenciosas como poderosas, donde algo dentro del niño se enciende. Su mirada se detiene. Su mano busca. Su oído se afina. Algo lo llama. Y si como adultos estamos atentos, podemos ver cómo empieza a construir, con una intensidad que solo la infancia conoce.

 

María Montessori llamó a estos momentos “períodos sensibles”. Y entenderlos cambia completamente nuestra forma de acompañar al niño.

 

“Un niño aprende las cosas en los períodos sensitivos. Esta sensibilidad permite al niño ponerse en contacto con el mundo exterior de un modo excepcionalmente intenso. Y entonces todo le resulta fácil, todo es entusiasmo y vida. Cada esfuerzo representa un aumento de poder.”

— María Montessori

 

Cuando descubrí esta idea por primera vez, sentí que algo encajaba. Comprendí por qué tantos niños, que parecen “desconectados” en algunos momentos, pueden en otros mostrar una concentración apasionada, casi feroz, en algo que nosotros como adultos no entendemos. El niño no aprende por esfuerzo, como nosotros. Aprende por impulso interior. Por necesidad vital. Y el lenguaje es, sin duda, uno de los terrenos donde este fenómeno se muestra con más fuerza.

🧠 El lenguaje no espera. Aparece.

 

Desde que nace, el niño no solo escucha. Se prepara para hablar. Observa los movimientos de los labios, las inflexiones, los ritmos. Antes de emitir palabras, absorbe estructuras. Lo que parece pasivo es, en realidad, intensamente activo.

 

María Montessori lo explica así:

 

“No podemos decir que el niño posea el lenguaje, ya formado en su interior, esperando a la maduración física para manifestarse. Pero sí podemos decir que existe una predisposición a construir ese lenguaje: en el niño existe la actitud creadora, la energía potencial para construirse un mundo psíquico a expensas del ambiente.”

 

Durante los primeros seis años de vida —con una cúspide hacia los dos años— el niño transita el período sensible del lenguaje. En ese tiempo, su mente absorbente lo impulsa a absorber sonidos, significados, palabras y estructuras con una facilidad que ningún adulto volverá a tener jamás. Es la etapa en que puede aprender varios idiomas a la vez, simplemente por estar inmerso en ellos.

 

Y aquí es donde el rol del adulto es fundamental: no para intervenir constantemente, sino para preparar un ambiente rico, sonoro, expresivo y auténtico.

🔎 ¿Qué pasa si ese momento se pierde?

 

Montessori fue muy clara en esto. Los períodos sensibles no se repiten. Son como chispas de energía que aparecen, actúan, y si no son aprovechadas… se apagan.

 

“Si el niño no ha podido actuar bajo las directrices de su período sensitivo, se habrá perdido la ocasión para la conquista natural, y se habrá perdido para siempre.”

 

No es que el niño no pueda aprender después. Lo hará, claro. Pero con esfuerzo, con voluntad, sin el gozo ni la facilidad que le ofrecía su impulso interior. Lo que podría haber sido una danza se convierte en marcha forzada. Lo que era entusiasmo se vuelve tarea. Lo que era natural se torna trabajo.

 

Y muchas veces —lamentablemente— somos los adultos quienes, con nuestras interrupciones, con nuestros ambientes ruidosos, apurados o sin tiempo para hablar y escuchar verdaderamente, cerramos sin querer esa ventana.

🌿 El adulto como guardián del momento justo

 

Observar. Nombrar. Esperar. Acompañar sin apurar.

Ese es el rol del adulto en los períodos sensibles.

 

Porque si un niño está en pleno despertar del lenguaje y todo a su alrededor es ruido, pantalla o silencio emocional, ¿cómo va a encontrar las palabras para nombrar el mundo?

 

Cuando no reconocemos estos momentos, muchas veces terminamos malinterpretando lo que sucede. Le decimos “caprichoso” a un niño que lo único que hace es reaccionar ante la interrupción de su proceso vital. Le decimos “berrinchero” cuando lo que está expresando es tensión interior no comprendida.

 

Montessori decía que, al interrumpir estos procesos, generamos “anomalías” o “deformaciones”: desvíos del desarrollo que, aunque no siempre visibles, dejan huella.

💬 ¿Y cómo lo identificamos?

 

El niño en periodo sensible se concentra espontáneamente. Su atención se vuelve selectiva, profunda. Todo lo que está vinculado a esa necesidad lo atrae, lo emociona, lo organiza.

 

Cuando está en el periodo sensible del lenguaje, observa la boca de quien habla, repite sonidos, pregunta sin parar, canta, narra, inventa palabras. El lenguaje se vuelve juego, herramienta y necesidad.

 

En ese momento, no necesita fichas, ni repeticiones vacías. Necesita escucha, palabras verdaderas, conversaciones reales, poesía, canciones, cuentos, y silencio también. Porque la mente absorbente no se llena, se alimenta. Y el lenguaje, como todo alimento vital, debe ser nutritivo.

Cierro con una imagen

 

María Montessori decía que los períodos sensibles son como relámpagos. Yo los imagino también como luciérnagas: aparecen en la oscuridad, pequeños, mágicos, fugaces. Y si los vemos, si los acompañamos, si no apagamos su luz… pueden iluminar todo un camino.

 

Que nunca dejemos de observar.

Que nunca dejemos de confiar.

Y que siempre recordemos que el niño ya sabe por dónde crecer. Solo necesita que no le cerremos la puerta.

 

— Carolina Marani

Carolina Marani